martes, 28 de diciembre de 2010

Sonata de toda una vida

Su corazón y el de él nunca latieron al unísono, como decían las canciones de amor. Sus corazones, por contra, bailaban juntos, el uno para el otro, creando un ritmo fuerte y hermoso.
Un ritmo que se convirtió en su propia canción, que fue la música verdadera (sin que ellos lo supieran) de cada uno de los momentos de su vida. Cuando iban al supermercado, a pasear, a cenar o al cine, esa canción resonaba en sus pechos arrullándoles (aunque no pudieran oírla). Cuando estaban separados y cesaba la danza, una sensación de extrañeza se apoderaba de ellos sin que jamás llegaran a comprenderla: él sentía como si le hubieran dejado solo a mitad de un baile en el centro de la pista; ella, que le faltaba algo vital aunque no acertaba a decir qué era("quizá lo he olvidado"). Por suerte para ellos, en cuanto sus corazones volvían a encontrarse, retomaban el compás perdido y se enredaban el uno con el otro para volver a formar el ritmo.
Aunque la canción siempre era igual, la cadencia del ritmo variaba de cuando en cuando, ajustándose a un corazón y al otro, dependiendo de la situación, la emoción y los cambios provocados por el paso del tiempo.
Y es que el tiempo no podía obviarse, y a medida que este pasaba ocurría que, de cuando en cuando, se perdían negritas o corcheas e incluso que alguno de ellos perdía el ritmo por completo. Sin embargo, esto solo hizo que la danza se volviera más lenta, más grácil y, de algún modo, más hermosa. Cambiaron la intensidad y la fuerza por dulzura y serenidad, y continuaron bailando el uno para el otro, al paso que el tiempo les había impuesto.
Esta nueva melodía, que en el fondo era igual a la de siempre y al tiempo distinta, auguraba un final. El hermoso aunque triste final de su canción.

1 comentarios:

Kobal dijo...

Bonito, muy bonito.

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