martes, 28 de diciembre de 2010

Sonata de toda una vida

Su corazón y el de él nunca latieron al unísono, como decían las canciones de amor. Sus corazones, por contra, bailaban juntos, el uno para el otro, creando un ritmo fuerte y hermoso.
Un ritmo que se convirtió en su propia canción, que fue la música verdadera (sin que ellos lo supieran) de cada uno de los momentos de su vida. Cuando iban al supermercado, a pasear, a cenar o al cine, esa canción resonaba en sus pechos arrullándoles (aunque no pudieran oírla). Cuando estaban separados y cesaba la danza, una sensación de extrañeza se apoderaba de ellos sin que jamás llegaran a comprenderla: él sentía como si le hubieran dejado solo a mitad de un baile en el centro de la pista; ella, que le faltaba algo vital aunque no acertaba a decir qué era("quizá lo he olvidado"). Por suerte para ellos, en cuanto sus corazones volvían a encontrarse, retomaban el compás perdido y se enredaban el uno con el otro para volver a formar el ritmo.
Aunque la canción siempre era igual, la cadencia del ritmo variaba de cuando en cuando, ajustándose a un corazón y al otro, dependiendo de la situación, la emoción y los cambios provocados por el paso del tiempo.
Y es que el tiempo no podía obviarse, y a medida que este pasaba ocurría que, de cuando en cuando, se perdían negritas o corcheas e incluso que alguno de ellos perdía el ritmo por completo. Sin embargo, esto solo hizo que la danza se volviera más lenta, más grácil y, de algún modo, más hermosa. Cambiaron la intensidad y la fuerza por dulzura y serenidad, y continuaron bailando el uno para el otro, al paso que el tiempo les había impuesto.
Esta nueva melodía, que en el fondo era igual a la de siempre y al tiempo distinta, auguraba un final. El hermoso aunque triste final de su canción.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Y llegó la paz

Pasados varios meses de guerra psicológica (que nada ha tenido que envidiarle a la Guerra Fría), por fin, llegó la paz. Las dos reinas decidimos sellar un duradero tratado de paz, cimentado sobre cocochas al pil-pil y mucho vino, en la cocina.
¿Os acordáis de Maika (cervatillo)? Pues resulta que decidió hablar conmigo, y yo que cuando bebo hablo más que nadie accedí.
Y las únicas dos preguntas que tenía para hacerme eran "¿te caigo mal?" y "¿por qué?". La respuesta era obvia, "sí", pero cuando quise responder a la segunda no tenía ni idea de qué decir exactamente. Es decir, es cierto que su personalidad choca con la mía pero tengo muchas amigas con las que me pasa exactamente lo mismo. Así que, ¿qué era lo que realmente hacía que no la soportara? Pues que la juzgué en base a los primeros 5 minutos que la conocí (cosa que no suelo hacer pero es que ese día hubiera odiado al mismísimo Ghandi, si me lo hubieran presentado), que una vez habló mal de alguien que me importa (y yo aproveché para arremeter contra ella así que supongo que estamos en paz), y... Bueno, llegué a la conclusión de que, si bien no es (ni será) mi persona favorita, lo que odio es cómo me trata. Y ella aseguraba que me trataba así por la forma en que la trataba yo.
En suma, que ambas somos gilipollas y podríamos haberles ahorrado mil dolores de cabeza a nuestros respectivos novios si hubiéramos hablado antes.
Y, ¿sabéis qué? Tras dar el tema por cerrado y firmar la paz (porque la mierda si se remueve,huele), estuvimos charlando sobre tonterías, sobre nuestros pasados, criticando a nuestros novios... Y de verdad me lo pasé bien.