martes, 25 de junio de 2013

Harta de soñar

Vale, todos tenemos sueños. Y no me refiero a metas y aspiraciones, sino a sueños en el sentido más onírico de la palabra. La mayoría de las veces, cuando nos despertamos por la mañana, no recordamos prácticamente nada de lo que hemos soñado durante la noche o, si recordamos algo, son retazos inconexos que no ocupan nuestra mente más allá de 5 minutos mientras nos lavamos los dientes a primera hora de la mañana (exceptuando pesadillas y sueños eróticos varios).
Sin embargo, en los últimos días, mis sueños se han descontrolado de tal forma y manera que cuando me despierto estoy tan agotada como cuando me acosté la noche anterior. Estoy tan cansada que estoy haciendo lo que no he hecho en toda mi existencia: dormir siesta. Y no una siesta de 15 minutos, como hace la gente normal con tiempo, sino siestas de pijama y orinal que me hacen sentir como si tirara la tarde a la basura.
No me importaría tanto si estos sueños tan asombrosamente vívidos tuvieran algún tipo de sentido para mí o siguieran una línea argumental aunque fuera mínimamente coherente (mucho pedir, lo sé). Pero no, son un batiburrillo de personas que no he visto ni en las que he pensado en mucho tiempo, personas de mi vida diaria, reacciones emocionales exageradas a eventos ridículos (y a la inversa), el chico de los ojos verdes (que, en realidad, es un habitual de mi vida nocturna), contextos basados en las series/realities que haya visto en el día mezclados con lugares familiares y conversaciones con dichos personajes carentes de todo sentido.  Todo absolutamente bizarro.
Me resulta realmente ofensivo que, con lo clara y directa que soy, mi subconsciente esté dando tantos rodeos para hacerme ver lo que sea que se me esté pasando por alto (o esté activamente ignorando). Y eso que, en general, se me suele dar bien relacionar el contenido de mis sueños con mi estado psicológico y emocional. No obstante, en este caso, no tengo ni idea de por dónde cogerlos. Supongo que sería más fácil si fueran de estos sueños que, como en las películas, se repiten una y otra vez hasta que el protagonista capta el mensaje y tiene una epifanía, pero no. Me imagino a mi  subconsciente como cuando se juega a las películas (donde la gente tiene que adivinar el título por la interpretación que realiza el otro del mismo), probando distintas formas de emitir el mensaje mientras piensa con frustración "esta chica es tonta, es obvio".
Pues bien, querido subconsciente, quiero mi epifanía y la quiero ya (alto y claro, si es posible), porque no es únicamente que esté exhausta cuando me despierto tras tus intensos, aunque fallidos, intentos de comunicación, sino que dicho cansancio no me permite analizar esas escenas que bien podrían haber ideado Luis Buñuel y Woody Allen colocados con psicotrópicos.
En suma, cuando quieras, ya sabes dónde encontrar a mi consciente, estaremos esperando.

sábado, 15 de junio de 2013

Algo se muere en el alma...

...cuando un amigo se va.
Si bien no de forma literal, la verdad es que es completamente cierto. Algo se apaga y te duele cuando sabes que vas a perder a alguien por razones ajenas a la propia relación, en este caso concreto por la distancia. 
No obstante, y a pesar de la tristeza, me quedo con lo buenos momentos vividos con esta persona y los atesoro para asegurarme de no perder ninguno dentro de mi olvidadizo cerebro. Me quedo con que fue la primera persona con la que hablé el primer día del máster (y la sensación de confianza que me dio), con su "Hele, mi bella", con nuestra forma de buscarnos allá donde fuésemos para cuidarnos mutuamente, con la forma en que nos hemos apoyado la una en la otra, con las largas conversaciones en nuestro rincón con dos copas de vino, con los cotilleos, con su forma de escucharme divagar durante horas sin perder la sonrisa (qué paciencia), con nuestra unión para desterrar a "la turbia", con el día estupendo en el parque de atracciones... Con todo.
Me siento tremendamente agradecida por haberla conocido y únicamente espero que nuestros caminos se vuelvan a encontrar pronto. 
Ay, Jime, cómo voy a echarte de menos...