miércoles, 27 de noviembre de 2013

Consecuencias

Ahí estaba yo, con el subidón del momento que acompaña a toda decisión importante, dispuesta a amputar todo aquello que me era conocido. Al fin y al cabo, la infección había llegado al punto en que nada era salvable y "cortar por lo sano" se hacía necesario, casi imperativo.
En mi ingenuidad, pensé que no tropezaría al faltarme aquello que se había convertido en el centro de mi mundo. No estaba maravillosa, como ya señalé, pero sí tenía esa euforia que aparece cuando activas el "modo tirar para delante" y mi consabida armadura vital que siempre me había mantenido a salvo del dolor.
Ahora, tengo lidiar con el equivalente al mal del miembro fantasma, que me recuerda constantemente aquello que he perdido (aunque no fuera bueno). Como quien hecha de menos la pierna que le cortaron a pesar de que no hacerlo le hubiera matado.
Este maldito muñón emocional pica, escuece y duele, e insiste en seguir infectándose, dejándome exhausta. Y la prótesis que elegí yo misma, lejos de valerme, aprieta o sobra, quedándose a ratos demasiado grande y a ratos demasiado pequeña, dificultando la adaptación a mi nueva situación vital. 
Y mi armadura? Ah, mi gran armadura invencible! Esa que ha amortiguado los golpes de mil vidas, esa que ha mantenido a salvo mi fragilidad y ha evitado tantas veces que me rompan los huesos. Esa que hace que todos me consideren una chica "brava", "dura"," irrompible" y, a veces, "insensible" y "borde". Esa que me ha valido mis mayores cumplidos y reproches. La última barrera entre el mundo y mi yo más auténtico. Esa armadura, está medio rota y apenas le queda la máscara, dejando expuestos todos mis puntos débiles. 
Así que, ahora lloro. Lloro, como no lo he hecho en toda mi vida, de forma incontrolada y por la mínima herida. Lloro ríos por todas las veces que no lo hice en el pasado. Sonreír y decir  "estoy bien" (a los demás y a mí misma) ya no es una estrategia de afrontamiento válida, porque mi armadura ya no esta ahí para cubrirme.
No obstante, no me arrepiento de las decisiones que me han llevado hasta aquí, eran las correctas. Y, en parte, el dolor viene de darme cuenta de ello.
Por eso, pienso en mi abuelo, y en cómo siempre me dice "cuando pienses que no puedes más, espera, y verás como siempre se puede".

0 comentarios:

Publicar un comentario